HUGO L. DEL RÍO (El Norte, 120526)
Otros diez mil mexicanos habrán muerto o desaparecido antes de que termine el mandato de Felipe Calderón. Los cálculos más conservadores fijan en 50 mil la cantidad de víctimas y 30 mil los levantados o secuestrados. Esto da un promedio de 20 mil por año.
Definitivamente, no es “la guerra de Calderón”: es un programa de violencia que le impusieron. ¿El propósito de tanta matanza? Supongo que afinar y “justificar” el papel represivo del Estado mexicano. Los cuadros del cártel de la globalización sin duda habrán anticipado que los mexicanos protestarán contra la política de recorte de presupuestos en educación, salud, servicios sociales et al.
Un gobierno duro, represivo, evitará, en teoría, que el malestar social provoque problemas serios. “Ellos” deben estar muy preocupados por el rechazo de miles y miles de estudiantes a la candidatura de Peña Nieto. La inquietud de los globalizadores se reflejará, casi seguramente, en una escalada de la narcoviolencia. En una nota publicada el jueves 24 en primera página de The Washington Post, William Booth subraya la crueldad y barbarie de los asesinatos masivos perpetrados por los sicarios. Es obvio que persiguen el fin de intimidar a la sociedad, escribe el colega. Agrega que –a diferencia de lo que dice el Estado-- la gran mayoría de las víctimas de esta tragedia que vivimos a diario, son personas inocentes. Booth desnuda la corrupción del Estado mexicano: mandos militares cuyo nombre no menciona reconocen que el Ejército perdió el control de algunas porciones del territorio mexicano.
El reportero reflexiona la política de alianzas que siguen las mafias de la droga. El chapo Guzmán negoció a su entera satisfacción con el Golfo, lo que queda de Tijuana y algunos elementos de la Familia Michoacana. Los zetas se están quedando solos, lo que quizás explique el salvajismo de sus últimos ataques. El periodista norteamericano reproduce un mensaje que los zetas habrían dejado entre los 49 torsos. El texto:”Cártel del Golfo, Cártel de Sinaloa, marinos y soldados, nadie puede hacer nada contra nosotros o perderán”. Por cierto: los restos los habían arrojado los asesinos en el municipio de Los Herreras. ¿Nadie, absolutamente nadie vio a los treinta truhanes comandados por Daniel Elizondo, “el loco”, quienes llegaron con más de diez vehículos a recoger los despojos para llevarlos a Cadereyta?
PIE DE PÁGINA: Al ponerse el gorro militar en la base aérea de Monterrey, Felipe Calderón está enviando un mensaje al estamento castrense, a México y al mundo. Lo hace después que el Departamento norteamericano de Estado y Amnistía Internacional condenan crímenes y toda suerte de abusos y actos ilícitos perpetrados por personal del Ejército y la Armada.
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